sábado, 6 de febrero de 2016

Cita a ciegas

     El local estaba de moda y no era posible cenar allí sin reserva previa. El éxito era notable, sobre todo por la falta de espacio entre comensales. Los camareros y camareras,  vestidos de riguroso negro,  destacaban por el trato excesivamente amable, sus peinados a la moda y sus decoraciones faciales; piercing, tattoos y barbas pobladas en los hombres. Allí estábamos los cuatro en uno de los lugares más oscuros, a la luz de, ¿una romántica vela?,  embutidos en las sillas y rodeados de gente desconocida a las que apenas veíamos,  aunque las podíamos oír.
     Una traicionera llamada telefónica a las ocho de la mañana de un sábado,  después de un viernes noche de movido concierto de punk-rock, me transmitía noticias de un antiguo amigo del cual no sabía nada desde tiempos inmemorables. La propuesta era sencilla y en parte atractiva; una cena ese mismo día con su nueva novia y una amiga de esta, en un restaurante moderno situado en una de las zonas de más marcha de Valencia. Acepté, no tenía nada mejor que hacer.
    Llegué tarde, ellos ya se encontraban dentro disfrutando de una cerveza. Un curioso camarero que controlaba la entrada  me acompañó entre pasillos estrechos y algún escondido escalón.  Disculpas por el retraso, un efusivo abrazo y una rápida presentación fue el preludio de la velada.
  Juan no paraba de hablar, mucho era el tiempo que no nos veíamos y  demasiadas las cosas que contar. La cerveza fue sustituida por un vino de la tierra en cuanto comenzaron a llegar los platos tan  bien decorados,  aunque escasos de contenido. En nuestra tercera botella; mientras escuchábamos las batallitas y a pesar de la cantidad de gente, la percepción de intimidad era mayor. Mi atención se desviaba hacia su novia y la amiga, primero a la cara y luego, sin querer o poder evitarlo,  al bonito escote que llevaban ambas. Me alegré mucho cuando decidieron ir al baño, por fin las podía observar de cuerpo entero. La visión que me brindaron era gratificante, no tenían un cuerpo escultural, tampoco lo necesitaban,  sus  faldas dejaban ver unas preciosas piernas y en conjunto la armonía de sus líneas me parecieron muy atractivas.
         La cuarta botella dio salida a los instintos. Una mano juguetona, como sin quererlo al principio y de forma decidida después, se puso a recorrer mi pierna. Miré a la amiga y vi que disimulaba muy bien, no sé le notaba que me estaba tocando por debajo de la mesa. Al poco tiempo no pude aguantar,  necesitaba devolverle lo que me estaba dando. Ella sabía muy bien donde acariciar, su tacto era muy  placentero y se movía  de forma  experta. Dejé escabullir mi diestra en la zona oculta, la mandé directa y de forma suave a su muslo. Ella pegó un imperceptible bote, me miró, me sonrió, su cabeza se agachó un poco y se dejó hacer.   Entre el vino y otros menesteres el calor invadía nuestros cuerpos e imagino que los coloretes inundaban nuestros rostros. De forma súbita y un poco brusca aparté la garra que me estaba consumiendo de gusto. No quería decorar el suelo o la ropa de mis compañeros, así que interrumpí su acción. Dirigí mis ojos hacia ella y vi que seguía concentrada en un punto de la mesa y permanecía abstraída en sí misma.  Al empezar a acariciarla me había parecido un poco reticente, en estos momentos se encontraba completamente entregada a la atención que le estaba prestando.  Juan continuaba hablándole a su novia, era incansable,  mientras ella le miraba como ausente y mantenía una sonrisa picarona en su rostro ¿Se habría dado cuenta de lo que sucedía bajo el mantel?
Terminada la cena nos fuimos a un bar de copas, el lugar no estaba excesivamente lleno y conseguimos un pequeño recoveco donde estar a gusto, poder charlar, beber y bailar.  La amiga no se había separado de mi desde la salida del restaurante. Juan me miraba sin entender que estaba pasando,  ya que entre ella y yo apenas habíamos cruzado palabras. Él la veía como me cogía y de vez en cuando me besaba. Creo que estaba asombrado y a la vez alegre, la  cita a ciegas parecía que había funcionado.
     Les propuse ir a la barra a por otra ronda de lo mismo, gustosamente aceptaron la invitación y la novia de mi amigo se ofreció para ayudarme con los vasos.  Esperando a que nos atendieran y sin dejar de sonreír me preguntó: ­­­– ¿Te ha gustado?–
– ¿El qué?, ¿tú amiga, el restaurante, la velada? En general todo ha estado muy bien, me ha encantado.– Le contesté.
Con esos bonitos ojos tan resplandecientes y esa sonrisa traviesa que le había visto lucir en el restaurante me sentenció:
– Me hubiese gustado rematar la faena, pero no me has dejado. Ya tendremos ocasión de seguir en otro momento. Estás muy bueno y esto no se va a quedar así–